Instrucciones

Andrea Pazos

Pablo vuelve del colegio cabizbajo, sobrevolando el suelo arrastrado por la mano de su madre. Repasa mentalmente cada uno de los pasos que indicaban las instrucciones y no entiende en cuál de ellos se equivocó.

En el librito que su profesora les hizo leer en clase decía claramente que primero uno debía hacerse con una armadura muy grande y brillante. La suya está forrada con papel de color plata y es tan aparatosa que no puede sentarse si la lleva puesta. Cogió para hacerla todas las cajas de cartón grueso que a su tía le sobraban en la tienda, con eso tenía que bastar.

Lo segundo era tener un caballo, porque si no, no se puede ser caballero. Ese asunto lo tenía cubierto porque de su primo mayor había heredado uno enorme que relinchaba —si no se olvidaba de ponerle las pilas—, de color negro, que incluso le hacía parecer peligroso.

El tercer paso era tener un castillo. No uno cualquiera, decía el librito de instrucciones. Incluso traía un dibujo de cómo tenía que ser. Muy alto, con puente levadizo, rodeado de un foso. Esto por fin lo había conseguido en su último cumpleaños. El suyo no era de piedra, pero era de un plástico muy fuerte. Y podía meterse dentro de pie sin tocar con la cabeza el techo.

Lo hizo todo como decían las indicaciones, entonces ¿dónde estuvo el error? En eso piensa Pablo mientras empieza a comerse la merienda. Ni una sonrisa durante el recreo, ni sentarse a su lado, ni compartir una chocolatina. Cuando está raspando el fondo del yogur de pronto se pregunta si no faltaría un último paso en el libro. Un último paso en el que habría que preguntarle a Valeria qué clase de caballero le gusta a ella, o tan siquiera si le gustaría ser princesa.

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