El monstruito exquisito: parte 4

Joan Redon

…tan rápido como le era posible, tropezando con la fregona, que siempre estaba en medio. Hacía fuerza con las piernas, e intentaba avanzar por el pasillo manteniendo la poca dignidad que le quedaba. Apretar las nalgas le obligaba a poner las rodillas en posiciones extrañas, impropias para alguien de su categoría. Pero ni con esas. No llegaba a tiempo.

¡Finalmente! ¡Salvados los diez eternos metros que la separaban de la puerta! Y… ¡mierda!, ¿hay alguien dentro? Estaba echado el pestillo.

Valoró las opciones, debía pensar rápido. Su vejiga era una bomba de relojería. Le quedaba muy poco para estallar. ¿No le había hablado Antonia, la criada, de un pequeño aseo para el servicio? Sólo debía recordar… ¡Las cocinas! Corrió cruzando la puerta de enfrente, con una mano en el vientre intentando controlar la situación.

Una joven lavaplatos, a la cual no había visto nunca, entendió el problema. Intentando aguantarse la risa, le señaló una pequeña puerta de madera mal pintada. Justo a tiempo tiró del mango. La puerta, sin embargo, resistió el embate y no quiso abrirse. Una voz de abuela gritó de manera poco educada “¡OCUPAAADO!”. Esperó enfrente – no quedaba otra-, dando pequeños saltitos para mantener la bomba urinaria a ralla. Iba ganando cuando escuchó la cadena del váter. Eso, lamentablemente, fue demasiado y, por debajo de su falda de seda negra, empezó a orinar.

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